El terror cercano

Hace un par de años desarrollé una fascinación por Stephen King y sus novelas de terror. Es un género que siempre me costó, disfrutar primero y entender después. También hice una aproximación al terror local leyendo ‘La hora del desierto’ de Pedro Mairal, reeditado el año pasado por Emecé. Fueron buenos pasos previos antes de agarrar ‘Las cosas que perdimos en el fuego’, la última novela de Mariana Enriquez.

Es difícil pensar en cosas que nos asusten y puedan hacerse presentes en nuestro día a día. El ‘terror mediático’ que conocemos es casi siempre algo excepcional: un asesino en serie, fantasmas o criaturas sobrenaturales. Pero hay un terror latente en nuestra vida cotidiana. Ese terror que no requiere de acontecimientos extraordinarios para amedrentar. Consiste en situaciones factibles en nuestro tiempo y espacio. Mariana Enriquez entiende esto muy bien.

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En ‘Las cosas que perdimos en el fuego’ nos encontramos con cuentos que nos hablan de Constitución, de Corrientes, de los apagones programados de Alfonsín, de la gente que pide en los subtes. Pero no es sólo la cercanía geográfica lo que consigue mostrarnos un terror que podría ser el nuestro. Los modos de relacionarnos en Argentina son particulares y se perciben claramente cuando los tenemos en frente, hay pocos pasos entre los problemas que pueden generarnos nuestros trabajos o relaciones y algo que nos genere un miedo insostenible. Los cuentos de este libro pueden ser leídos en muchas partes del mundo sin ningún problema pero hay claramente un gen y sentir argentino presente en cada historia.

Encontramos una gran y espeluznante frustración en el libro: el intentar comprender y no poder, querer hacerlo y verse imposibilitado. Algo que nos da miedo por lo general es algo que no entendemos; algo que, usualmente, por fallas de comunicación no podemos ubicar en nuestro sistema de percepciones. Los personajes de este libro están desconectados, la poca o mucha relación entre ellos se ve caracterizada por su fragilidad. Es bastante horripilante lo difícil que se nos presenta a veces conectar con la gente que nos rodea.

Esta autora suele hablar sobre su fascinación por los cementerios que materializó en su momento en el libro ‘Alguien camina sobre tu tumba’. Enriquez nació en 1973, su primera infancia fue durante los años más oscuros de nuestro país. Y algo que le escuché desarrollar en entrevistas es esa idea que tenía/tiene de las tumbas como algo tranquilizador. Si la represión militar llevó a la gente a pedir por cuerpos, el ‘terror mediatico’ que representaban las tumbas cambia completamente su sentido. El terror real, el terror de Estado que azotó a nuestro país por esos años, era más escalofriante que cualquier historia de muertos vivientes.

 

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El rey ha muerto, viva el rey

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Gracias a Artem Vaulin pude ver el fantástico final de Mad Men y cerrar la historia de Don Draper, uno de los personajes más fascinantes que conocí. Pude leer la autobiografía de Paul Stanley y descubrir la génesis de KISS, una de las bandas que amo. Pude descargar discos de banditas de afuera que todavía no habían llegado a los grandes servicios de streaming (ya casi no pasa esto, todos están en Spotify). Gracias a Artem Vaulin pude acceder a un montón de cultura que me atravesó y cambió para siempre. En realidad gracias a internet. Y para ser más claros: gracias a todos los que usan torrents. Vos, algún noruego cualquiera, un oficinista de Texas, cualquier hijo de vecino que deja abierto el uTorrent cuando se va al súper.

Hace algunos días nos enteramos por los medios que Artem Vaulin es uno de los fundadores de KickAssTorrents, uno de los indexadores de torrents más populares del planeta. Lamentablemente nos enteramos de esto debido a que el FBI lo detuvo en Polonia hace algunos días. Artem está acusado de  distribuir copias ilegales de películas, música y otros contenidos valorados en 1.000 millones de dólares.

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Hay una clara diferencia entre este caso y el de Kim Doctom, el famoso fundador de Megaupload, que también fue detenido por el FBI en 2012 por violaciones a los derechos de autor. Lo que KickAssTorrents hacía/hace era ordenar y facilitar un motor de búsqueda para que los usuarios puedan encontrar los torrents de los contenidos que buscaban. Las películas, discos y libros están alojadas en las computadoras de quienes utilizan esos torrents y se comparten entre esos mismos usuarios. Megaupload por otro lado, sí permitía que los usuarios alojen contenidos en sus servidores. Tenían el objeto digital  en sus ‘manos’. Por esto último, al cerrar Megaupload se perdió una inimaginable cantidad de información en nombre de los derechos de autor.

La explicación del párrafo anterior apunta a explicar que por más que cierren KickAssTorrents la practica consistente en compartir archivos con el sistema P2P (peer to peer, entre pares) seguirá existiendo. Luchar contra esta forma de compartir la cultura que encontró internet hace ya muchos años es querer tapar el sol con un dedo. La aparición en los últimos años de los servicios de streaming es un intento mucho más comprensivo de la relación productor-consumidor online. La detención de Artem Vaulin es otro acto de una justicia que responde a las grandes corporaciones mediáticas. Intentan frenar un vendaval que comenzó hace rato y no van a poder parar. Los derechos de autor no pueden cercenar el acceso al a cultura. Presiento que va a tardar bastante en entenderse eso en nuestro país y en el mundo. Mientras tanto: gracias por facilitar un poco las cosas estos años, Artem.

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Esperando a un amigo

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El domingo pasado vimos a los Stones. The Rolling Stones en Argentina, en un estadio (relativamente) al alcance de cualquiera de nosotros. Ya no era en Hyde Park ni en el Madison Square Garden la cosa. No saben lo lindo y raro que se siente ir caminando ‘a ver a los Stones’.

Apenas entramos al Único de La Plata nos empezamos a abrazar con mis amigos mientras caía sobre nosotros esa lluvia gruesa que se prolongó durante las horas previas. Nos abrazábamos por la excitación que te daba ver que finalmente estabas ahí, ya no había forma de que no viéramos a los Rolling Stones en vivo. Hace rato no sentía una euforia así, tan real.

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El disfrute del show después, fue algo totalmente personal. Mis expectativas eran altísimas y el arranque llegó a satisfacerlas. Luego, el éxtasis menguó bastante a mi parecer por una mala elección de setlist. Qué sé yo, supongo que es imposible armar un setlist de los Stones que conforme a todos sin dejar nada afuera. Igualmente, escuchamos en vivo Gimme Shelter, Miss You y You Can’t Always Get You Want. Y me estoy quejando. El fan se idiotiza tanto a veces que complica su disfrute.

Los viejos tienen más de 70 años y siguen llenando estadios por todo el mundo que corean sus nombres. Hace 50 años lo vienen haciendo. ¿Cómo maneja eso un ser humano? ¿Qué pasa por la cabeza de Jagger? Supongo que ha resuelto en su mente eso hace rato.

La pasan bien arriba del escenario, es lo que les gusta hacer. Y eso que te transmitían a pocos metros es lo que transmiten también desde lo que grabaron durante tantos años. Los Stones hacen música alegre, canciones optimistas y esperanzadoras. Y la gente disfruta. Al menos por dos horas. Disfrutamos de esos ancianos que musicalizaron y musicalizarán tantos momentos de nuestras vidas que se hace imposible no sentir que los conocemos hace rato, que siempre fueron de nuestros más íntimos amigos y esto fue solo una confirmación de ello.

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Bibliotecarias asustadas

Que vivimos en una era atravesada por las tecnologías de la información y la comunicación es una afirmación que difícilmente se pueda poner en duda. Ahora bien, esta situación acarrea algunos problemas y muchos beneficios. Quiero hablar de dos de esos beneficios: la accesibilidad al conocimiento y la preservación digital.

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El ingreso de internet a la vida de las personas trajo consigo la posibilidad de acceder a la información eliminando dos barreras importantes: el espacio y el tiempo. Vivimos una era en la que desde nuestras casas podemos conocer en segundos qué presupuesto se destinó a educación en Argentina durante el año 1993 por poner un ejemplo arbitrario. No siempre fue así aunque lo hayamos naturalizado y sea una obviedad para una generación.

Las tecnologías que permiten esto son herramientas, muy útiles, pero herramientas al fin. Para que estas herramientas puedan llevarnos hacia determinados contenidos hacen falta ciertas gestiones. Más allá de las legislaciones relacionadas a la propiedad intelectual muchas veces lo que se ausenta es la voluntad de abrir esas puertas al conocimiento. Y con voluntad me refiero a cuerpos trabajando, a decisiones y a intenciones de llevar ese conocimiento a la mayor cantidad de personas posibles.

Pese a la brecha digital que existe podemos decir que internet es el invento que más democratizó el conocimiento en la historia. El 95% de la información que el planeta alberga está en formato digital. El problema reside en que dentro de ese 5% restante en formato físico se encuentra mucha de la documentación histórica más importante de distintas comunidades. Información, conocimiento, huellas culturales que podrían estar a disposición de todas las personas con acceso a internet.

De la otra parte que queríamos hablar es de la preservación digital. El resguardo en formato físico de la cultura ha sido durante cientos de años la manera en la que todas las comunidades cuidaron su historia. Pero aparecieron las computadoras y, con ellas, lo digital, esta combinación de ceros y unos que a través del código binario nos permiten plasmar prácticamente lo que queramos en una pantalla. La información puede estar ahora almacenada en un soporte que presenta muchísimas ventajas en relación a los formatos físicos de resguardo.

En primer lugar podemos hablar de lo obvio: lo digital requiere un espacio ínfimo en comparación a lo físico. Con el paso de los años los dispositivos de almacenamiento han reducido su tamaño de manera espectacular permitiendo un gran ahorro de espacio físico. Por otra parte, la información en formato digital corre muchos menos riesgos de pérdida que la que está en formato físico. El papel, material por excelencia de resguardo de la información, tiene un determinado tiempo de degradación dependiendo de algunos factores controlables (temperatura, luz, humedad) y no tanto (accidentes, incendios, etc.). Los archivos digitales tienen una degradación nula en comparación con el papel y si se toman ciertos reparos en relación a la obsolescencia tecnológica la información tiene muy pocas probabilidades de entrar en peligro.

El otro día me acerqué al Archivo General e Histórico de la UNC ubicado en la Manzana Jesuítica de Córdoba, ahí en la Obispo Trejo al 200. Lo primero que me llamó la atención es lo escondido que está. Caminé unos pasillos, subí una escalera, elegí una de tres puertas y me encontré con una mujer con cara de asustada que parecía no haber visto a nadie hace años. En un ratito me dejó en claro que: tienen muy poco material digitalizado, no trabajan con el Repositorio Digital de la UNC, hay que llevar guantes descartables para acceder al material y abren sus puertas de 8.30 a 13.30 y de 15 a 17. Un montón de libros, documentos y fotografías escondidos y a oscuras en el año 2015. Algo se podría hacer.

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Tyler Durden bajando línea

‘Para mí el cine no es una porción de vida, es una porción de torta’ decía Hitchcock y creo que algo tiene que ver con lo que quiero decir. El otro día vi Spring Breakers, una película del 2013 con James Franco, Selena Gomez y otras minitas protagonizando. La descargué porque escuché hace poco al director Adrián Bogliano decir que fue una película que lo hizo llorar. Me pareció raro ya que, por la sinopsis que leí, no parecía un film que apunte a lo emocional o lo dramático.

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El director de la película es Harmony Korine, un tipo conocido en lo que es el ambiente del cine independiente. Apenas arranqué a verla empecé a buscar cosas que me hicieran entender porque alguien podría llorar con eso. Y lo que fui descubriendo es un ojo, una manera de narrar, una sensibilidad que se hacía notar. En los primeros 10 o 15 minutos de película se puede apreciar bastante de lo que el director quiso mostrar. Los planos utilizados, el montaje, los matcheos de audio con imagen, daban cuenta de las intenciones del tipo.

La historia que se cuenta es una gran pavada. Un grupo de chicas que querían irse de vacaciones comete un robo, concretan el viaje y se meten en problemas. Hay mucho escabio, juventud en paños menores, drogas y diversión. No hay diálogos memorables ni mucho menos. Pese a toda esta banalidad, el ojo del que hablo, esa sensibilidad, es totalmente reconocible.

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Arranqué el texto con esa frase de Hitchcock porque creo que habla un poco de las demandas que a veces la gente le realiza a las películas. Me incluyo en esa gente, por cierto. Vemos una película y pretendemos que nos parta la cabeza, que nos muestre algo original o una manera de ver el mundo diferente, divertida o peculiar. O al menos yo lo hago. Y me parece que, casi siempre, lo que vamos a ver o encontrar es otra cosa. Es una mirada personal del director, una narración que se concreta con el trabajo de todo el equipo, de la crew. A partir de los detalles de esa narración y de los usos del lenguaje audiovisual podemos apreciar algunas ideas y sentimientos de personas que nos quieren contar algo. No hace falta siempre demoler edificios y que Tyler Durden te baje línea para conmovernos.

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¿Quién carajo escribe la Wikipedia?

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Hay un preconcepto sobre Wikipedia que casi siempre aparece cuando se habla de esta enorme enciclopedia online: ‘No es una buena fuente porque la modifica cualquiera’. Pese a que la afirmación da cuenta de algo que es verdad (cualquiera puede editar los artículos), ignora el trabajo que realiza la comunidad activa de usuarios del sitio.

Jimbo Wales es uno de los fundadores y cara visible de Wikipedia (el que aparecía arriba de los artículos pidiendo donaciones). En distintas conferencias y charlas que da siempre remarca una idea sobre Wikipedia que le sirve para responder a los que aún desconfían del sitio. Según él, Wikipedia da la posibilidad de edición a todo el mundo pero el grupo que realmente hace la mayor cantidad de ediciones y agregados de contenidos es muy pequeño. Según sus números, el 2% de usuarios activos (algo así como 1400 personas) han llevado a cabo el 73,4% de todas las ediciones. Mil cuatrocientas personas crearon las tres cuartas partes de la enciclopedia más grande del mundo. Suena un poco inverosímil.

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Al que también le sonó inverosímil fue a Aaron Swartz, un activista de los derechos en internet con una historia más que interesante. En un artículo que escribió hace algunos años explicó como estudió algunas entradas de Wikipedia para poder comprobar si los números que Wales daba eran correctos. Efectivamente pudo ver que la mayor cantidad de ediciones eran realizadas por un número pequeño de usuarios. Pero decidió también darle bola a otra variable: la cantidad de letras aportada por cada usuario o visitante. De esta manera averiguó que la mayor cantidad de letras aportada era realizada por usuarios que no habían realizado más de 25 ediciones al sitio completo. Gente que sólo se interesaba por algunos temas en particular.

Todo esto da cuenta de un par de cosas. En primer lugar, si, Wikipedia es un lugar al que puede entrar cualquiera y modificar los artículos. También es un lugar que cuenta con algo así como guardianes o vigilantes que dan formato, estilo y precisión a la información a través de correcciones constantes. Ambas partes son importantes; la primera un poco más, a mi parecer.

La enciclopedia más grande del mundo no puede estar realizada por un grupo relativamente pequeño de personas. No me refiero a que no debe. No puede. Para elaborar esas grandes masas de contenido hace falta conocimiento, investigación e interés sobre una infinidad de temas. Por suerte, el concepto de wiki en Wikipedia existe (aunque Jimbo Wales no lo quiera ver) y es lo que la hace una de las páginas más importantes de toda la web.

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¿Qué pasó, Nina?

Hace rato le tenía ganas y ayer pude ver el documental de Netflix ‘What Happened Miss Simone?’ que narra la vida y obra de la inmensa Nina Simone. Desde su niñez practicando con el piano ocho horas por día, pasa por etapas de éxito y oscuridad en su vida que revelan a un personaje interesantísimo.

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El documental cuenta con un material espectacular con muchas entrevistas a la propia Nina, a su hija Lisa y a quien fuera su esposo, Andrew Stroud. Testimonios brutales que dan cuenta de una vida que no fue para nada fácil. Hay lugar para la música, sí, pero lo más sobresaliente y atractivo es como se muestra la entereza (y la ausencia de ella, a veces) de una mujer que parecía tener todo para ser feliz.

Siempre me gusta ver archivo que remite a la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra en Estados Unidos durante los 60. Hay bastante de eso acá ya que Nina en un momento de su carrera decidió que era menester reflejar la opresión de los negros en su país. Su canción ‘Mississipi Goddam’ fue un himno que repudiaba y decía basta a los atentados y asesinatos racistas. Su compromiso con el movimiento por los derechos civiles fue extremo al punto de apoyar todo tipo de violencia con tal de conseguir la igualdad que buscaban. Esto le traería bastantes problemas a su carrera artística.

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De poco sirve contarles más, vayan a ver el documental que tiene bastantes cosas más y está muy bien realizado como la mayoría de las producciones originales de Netflix. Si no tienen Netflix pueden bajarlo, acá les dejo un link de torrent. Como sea, no se priven de conocer a esta hermosa mujer y todo lo que pasó, que no es poco.

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Me gustaría comprarle al mundo una Coca-Cola

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Hoy pude ver el último capítulo de Mad Men antes de ir a una charla que el filósofo Darío Sztajnszrajber daba en la Universidad. Todas las ideas que desparramó Darío fueron muy interesantes como siempre e invitaban a pensar y reflexionar. Pero en algún momento de su disertación me puse a pensar en lo que había visto antes. Me puse a pensar en Mad Men y en cómo me interesa más la filosofía y el pensamiento cuándo aparecen a través de personas y personajes. Los conceptos y objetos ideales de la filosofía son útiles para explicar la mayoría de las cosas sobre las que habla. Pero lo que más nos conmueve del pensamiento es cuándo repercute en individuos, otros similares a uno mismo.

Alan Ball, creador de Six Feet Under, eligió que la vida de sus personajes giraría en torno a una funeraria, poniendo a la muerte (y la vida) constantemente en primer plano. Así también lo hizo David Chase cuando decidió contarnos la vida de Los Soprano en ese ámbito determinado por el poder y la (falta de) moral que es la mafia. Pudimos ver el desarrollo de los personajes de Mad Men en un espacio-tiempo escogido por Matthew Weiner: el mundo de la publicidad en su apogeo, los años 60. Un mundo frívolo y alienante, años repletos de conflictos sociales y hechos cruciales para la historia de los Estados Unidos. Cuando hablamos de Mad Men como una serie de época bueno sería entender que esa elección es funcional a la construcción de los personajes y no al revés.

El paso del tiempo es un factor clave para comprender a las personas. Por más que la serie durante sus 9 años de emisión sólo nos diera poco más de 90 horas de televisión nosotros vimos como los personajes recorrieron 10 años. Conocimos la audacia de Don, el cinismo de Roger, la evolución de Peggy, el dolor y el humor de Betty. Apreciamos sus motivaciones, historias y dilemas con lo que estaban haciendo con sus vidas. Por eso creo que no duele decirles adiós. Todos estos años alcanzaron para conocerlos y disfrutarlos. Sus historias o desenlaces nunca importaron realmente, su personalidad y distintas facetas era lo gustoso de la serie. Nunca te podrían haber spoileado Mad Men, no habría sido un gran problema. Despedimos a una serie que retrató a personajes y personalidades de una manera que vamos a recordar por mucho tiempo.

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Los dueños del pabellón: Parte 2

En el post anterior hablamos sobre dos derechos que más de una vez se chocan: los derechos culturales y los derechos de propiedad intelectual, mejor conocidos como Derechos de Autor. Los primeros fueron incluidos rápidamente y sin mayores problemas en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales. Los segundos, por otra parte, tuvieron un acceso más difícil a estos acuerdos que son los instrumentos que rigen los Derechos Humanos de manera internacional. Las razones son varias.

Los Derechos Humanos, por definición, presentan algunas características inherentes que son parte de su esencia. Por nombrar algunas: son intransferibles, indivisibles y no se pueden comerciar. Fácilmente nos podemos dar cuenta que, por lo general, el Derecho de Autor no presenta algunas de esas características y muchas veces no presenta ninguna. A pesar de esto su inclusión en los tratados internacionales se realizó con una perspectiva de derechos humanos y luego de mucho debate. El asunto es que esos instrumentos han perdido peso en relación a la fuerza que han tomado tratados de comercio internacional como el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC).

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Pactos internacionales como el ADPIC priorizan los aspectos comerciales antes que los relacionados al bien común y social. Instrumentos como éste y leyes de propiedad intelectual como la que tenemos en nuestro país (11.723) permiten que los Derechos de Autor privilegien los intereses comerciales de agentes individuales antes que los derechos culturales de la sociedad. De esta manera, los derechos sobre una obra cultural se pueden vender, fragmentar, y transferir a otra persona física o jurídica. Pierden así todas las características de los Derechos Humanos que mencionábamos más arriba.

A ver, desde acá no abogo por una desaparición del Derecho de Autor sino que pienso y creo que deberían cambiar sus características para no chocar con los derechos culturales de los pueblos. Muy de a poco el debate internacional vuelve a hablar de esto o al menos en la región. Los consumos culturales están cambiando de manera tremenda estos últimos años. Hay varios casos que dan cuenta de la posibilidad de más flexibilidad en relación a los derechos autorales para que beneficien también a los consumidores (Spotify, Netflix, etc. Esto da para otro post también). Lo importante será que el asunto entre en discusión y que haya intenciones reales de respetar los derechos de ambos lados de la cuerda. Los dueños del pabellón siguen siendo los mismos pero de a poco podemos darlo vuelta.

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Los dueños del pabellón: Parte 1

Me gustaría desarrollar algunas ideas que me rondaron cerca en las últimas semanas acerca de la concepción del ‘Derecho de autor’. Quiero hacer esto sin meterme con lo nefastas que pueden ser las sociedades de gestión colectiva (SADAIC, CAPIF, etc.) sino hablando específicamente de la esencia propia y de las características del (¿nefasto también?) Derecho de autor.

Arranquemos con números que siempre son impactantes y sirven para expresar una idea. Según datos del Banco Mundial nuestro país en el año 2013 giró al exterior en concepto de regalías y contratos de propiedad intelectual la cantidad de 2.298.671.549 dólares. Bajo el mismo concepto los ingresos al país fueron de  163.054.185 verdes durante ese año. El funcionamiento de la propiedad intelectual en el comercio mundial está dictaminado por el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). Éste, es un anexo que se incluyó al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio mejor conocido por su sigla en inglés: GATT. Todo esto es obra de la Organización Mundial del Comercio, una institución a la que vamos a llamar al menos ‘no tan altruista’.

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Todo esto de arriba hace referencia a la propiedad intelectual en el marco del comercio internacional. Pero si hablamos de la propiedad intelectual para adentro de cada sociedad el marco normativo queda en manos de las leyes de ese país. En Argentina para hablar de esto debemos remitirnos a la Constitución y a la Ley de Propiedad Intelectual de 1933 y todas sus modificaciones. Pero además, debemos tener en cuenta la inclusión del Inciso 22 en el Artículo 75 de la Reforma Constitucional de 1994. Allí se le otorga carácter institucional a las Declaraciones, Convenios y Pactos internacionales en los que el país esté involucrado. Ya tenemos los elementos para empezar a jugar.

La Ley de Propiedad Intelectual argenta debe ser una de las leyes más violadas en este país, más que nada por lo ridícula que es. Creada en 1933 por Roberto Noble, editor (¡editor!) y fundador de Diario Clarín, surge en un contexto un poco diferente al actual, en mi humilde consideración. El avance de la tecnología no empezó ayer pero las posibilidades que presenta hoy requieren de una actualización urgente del marco legal sobre los consumos culturales. La ley de nuestro país es una de las leyes más restrictivas a nivel mundial en varios aspectos, enumeremos algunos:

  • Cualquier violación a esta ley constituye un delito PENAL.
  • No contempla excepciones educativas a la ley como bien podría ser las requeridas por una biblioteca.
  • Los derechos autorales duran hasta 70 años después de la muerte del autor.
  • Imposibilita compartir fotos sin permiso previo (por más que cites al autor).
  • Prohíbe la adaptación o traducción de obras aunque no se consigan en el mercado local (ver Caso Potel).

Si llevamos esto a ejemplos prácticos: fotocopiar un libro porque no se consigue en el mercado: delito penal; compartir una canción de un disco de Mercedes Sosa de 1963 con un amigo: delito penal; subir a Facebook una foto de un recital sin permiso previo del autor: delito penal. Y así podemos seguir.

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El asunto aquí, señores/as, es que cuando juntamos los juguetes que nos iban a servir para hablar sobre el Derecho de autor en nuestro país mencionamos al Inciso 22 del Artículo 75 de la reforma constitucional de 1994. Éste, otorgaba carácter institucional a los tratados internacionales. Entonces, este juguete, el inciso 22, es más grande que el otro, la Ley de Propiedad Intelectual, pues tiene carácter constitucional. Nuestro país se encuentra involucrado en algunos pactos que hablan de la defensa de los Derechos Culturales (Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales) que entran en tensión con los Derechos de autor. Esto significa que los Derechos Culturales de los que se habla en el Pacto deberían primar por sobre los Derechos Autorales que protege la Ley de Propiedad Intelectual. Bueno queridos/as, esto no sucede.

En un principio hay que decir que este debate está aislado de la opinión pública y no logra instalarse para una discusión adecuada. En parte, quizás, tenga que ver que los distintos medios de comunicación son parte de aquellos que se benefician de la actual configuración de la propiedad intelectual, los dueños del pabellón. Queda para el siguiente post hablar de los Derechos Culturales y los Derechos de autor como Derechos Humanos y de cómo podría avanzarse hacia una concepción de la propiedad intelectual más abierta y funcional a la sociedad. Queda para el siguiente post.

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